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sábado, 30 de octubre de 2010

Poesía, el canto del alma

Sí, es cierto. Alguna vez pensé que la poesía era cursi, pero me equivoqué señores, es nada más y nada menos, a mi juicio, que el canto del alma.

Pintura: Miguel Ángel Pérez.
Cuando nos abrimos a la poesía, somos más auténticos, sensibles, humanos. Volamos, caminamos, saltamos, patinamos, etcétera. En la poesía podemos amar, maltratar, gritar, soñar, imaginar, ir al pasado, avanzar al futuro o vivir el presente. Es pues, la poesía, una tinaja para descargar nuestras emociones, como lo hace Juan Carlos Lemus en Hay Tardes Más Tristes..., Miguel Ángel Asturias en Habla el gran lengua y Sor Juana Inés de la Cruz en Sentimientos de Ausente.

Por tanto, querido lector, si usted quiere vivir otras emociones, lo invito a leer Bailan las gitanas de Miguel de Cervantes y Saavedra; para que vea que el sarcasmo también puede tener estética. Y así, hay miles, más bien, millones de poemas que nos transportan y hacen que nuestros sentimientos aumenten o disminuyan, al puro gusto del lector.

Le dejo, pues, con otro poema de mis favoritos, también del escritor guatemalteco Juan Carlos Lemus:

Si estás listo para disparar
fuera del blanco
en cada tiro
estás listo
entonces
para la poesía.



martes, 26 de octubre de 2010

Reunión en la selva de concreto

Foto: shutterstock.com
He vivido tantas reuniones, que puedo describirlas como mi rutina. Por ello, querido lector, realicé este Cuadro de Costumbres fabulado a partir de una reunión de oficina cualquiera.

Entra el león, casi con la baba de fuera para demostrar su furia y recordarle a la plebe que en la selva sólo manda él. Evidentemente, ante tal presión, algunos animales bajan la cabeza o las orejas, otros sólo mueven la cola. Y nunca falta el que se arrastra, tal vez con la ilusión de que el rey león le ponga las patas encima.

Vamos a describirlos: El león ruge, domina, muestra sus dientes y garras, con la intención de que todos tengan bien claro: “deben acoplarse a lo que él dice o se los devorará”. También está la culebra cascabel, no tiene ni idea de lo que el león o los otros animales dicen, pero eso sí, mueve su cola para hacerse notar, si no ¿cómo se daría cuenta el león de que existe? Por otro lado, colgando de las ramas de un árbol, está el chimpancé; entre bromas y risas sólo sirve para entretener, pues piensa más una piedra que él, pero al final de cuentas hace reír. Y, ¡cuidado! Con el hocico siempre abierto y con la planta de no hacer daño, está el cocodrilo. Parece inofensivo, pero cuando menos te lo esperas cierra sus feroces mandíbulas y sus dientes trituran cualquier animal, pensamiento o idea. Claro, también está doña jirafa, con su gran cuello entró en el séquito del rey león, a lo lejos se le nota que anda perdida, pero dice más de algo, aunque sea una tontera, porque si no la verán como un árbol más en la frondosa selva. Asimismo, está la mariquita, revolotea, se hace notar, pero sólo dice huecadas.

Además, está el rinoceronte, hostil y molesto como una astilla en el trasero. También es prepotente y protestón, nada le convence y es, según él, la víctima de la estupidez de todos. Eso sí, al rey lo trata con amor. Como complemento de la reunión, están los zopilotones, son evidentes sus bultos y pestilencia, nadie los toma en cuenta porque no aportan más que un par de gases. Y para terminar, está el búho, callado y sereno. Él sólo observa y guarda silencio, pues analiza lo que sucede y no habla, pues sus palabras, por ser honestas y directas, pueden despertar el apetito del león. Pareciera que es tan sólo un animal más, de bajo perfil, pero su actitud es sabia.

En realidad, a todos los animales no les queda otra que escuchar y hacer lo que dice su majestad. A decir verdad, es cómico verlos a todos reunidos, con las caras entre que se ríen y maldicen, porque quisieran rascarse una nalga, sacarse un moco, irse con su pareja, salir con los cuates o echar la hueva en su casa. Mientras tanto, tienen que soportar aquella tortura de reunirse y convivir entre animales salvajes, escuchando los rugidos del león, las tonteras del chimpancé, el fastidioso ruido de la cascabel, la hostilidad del rinoceronte, la pestilencia de los zopilotes, las huecadas de la mariquita, la demencia de la jirafa y la mirada fulminante del búho.

Como lo mencioné al inicio, mi querido lector, hablamos de personas de carne y hueso, quienes tal vez, como usted y yo, hemos estado en esa jungla de concreto. Allá usted si se identifica con alguno de los protagonistas, es decir, si es el chimpancé, la cascabel, uno de los zopilotes, el búho, en fin.